El vuelo (Cuento Corto)
Era una tarde de
verano. Los niños corrían y el viento tenía un aire como a sol quemado. Cantaban
algunos pajarillos en la distancia y se oía el vierto del norte que soplaba las
chichiguas descoloridas.
Era verano. El calor
quemaba los cuerpos al compás de las horas, cada vez más tostados. De vez en
cuando se escuchaba un “¡Ay, qué calor!” o un “¿será que no lloverá?”.
Aquel, sin duda, era
uno de los veranos más calientes que vivió aquel pueblecito llamado “Esperanza”.
De repente, al fondo
de la calle, cerca del cementerio, aparece una chica volando. El viento era tan
fuerte que la elevaba cada vez más y más. De vez en cuando bajaba un poco,
acompañada por la mirada atónita de la gente que pululaba en la callecita.
La chica, no sería
mayor de 25 años, tenía una sonrisa especial, sus ojos eran como café recién
colado y su pelo tan ensortijado como sus pensamientos. Al momento del vuelo estaba
vestida como lo hiciera en cualquier otro día: un t-shirt y un jean.
Se le veía volar feliz:
el rose del viento en sus mejillas la hacían sonreír, y sus manos abiertas
vibraban de emoción.
Pero, cuando se sentía
más a gusto en su nuevo estado, flotando por los aires como pájaro sin rumbo,
todo se esfumó. Todo fue negro y entonces, despertó. Observó el techo blanco y
las paredes azules; la cama vuelta un desastre y la luz del sol quemándole las
pupilas. Era tarde. “11 de la mañana”, pensó.
A pesar de que el
sueño merodeaba con sutiles bostezos, se percató de que debía levantarse,
llenarse de ánimo y hacerle frente a todo aquel mundo que la esperaba aquel
día. Sin saber las desdichas y tristezas o las alegrías y sorpresas que tendría
que enfrentar, se dispuso a observar sus gatas y pensar en aquel mundo, donde
volaba sobre las cabezas asombradas y curiosas de los esperanceños.
“¿Qué trascendencia
tendrá este sueño? ¿Por qué volé?”, pensó confundida.
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