¿Qué es un buen maestro?
Cuando pensamos en Sócrates,
Platón o Aristóteles nos vienen a la mente muchas preguntas: ¿Cómo lograban
enseñar a sus discípulos? ¿Es probable que su conocimiento haya traspasado la
barrera del tiempo y haya quedado totalmente original, como ellos lo concibieron?
Muchas cuestiones rondan nuestras cabezas al pensar en algunos de los más
grandes maestros de la historia.
Pero no tenemos que irnos
cientos de años antes de Cristo, podemos observar con claridad que en nuestro
mundo contemporáneo existen excelentes maestros que dan la cara por sus alumnos
y la enseñanza que brindan. El buen maestro es un apasionado: cada día se
levanta antes que el sol para meditar lo que hará en la jornada que le espera:
sus alumnos aguardan por sus conocimientos y por su papel de guía.
Se dedica a construir diariamente
la sociedad que sueña para sus alumnos: la construye con ellos. El alumno es el
ser más preciado para el maestro. Es una relación de amor y curiosidad que se
desarrolla a lo largo de la vida magisterial. Muchas veces el maestro
desarrolla junto a sus alumnos una familia donde el conocimiento es la meta
permanente.
El buen maestro es aquel que sabe que tiene la vocación para enseñar; (pues no hay nada peor que hacer algo que no te gusta), vislumbra en los problemas de aprendizaje de sus discentes oportunidades para cambiar su rumbo educativo; coordina con sus colegas para realizar nuevas actividades para el desarrollo pleno de sus alumnos; comprende que enseñar una suma tiene más sentido cuando se habla de valores éticos para el manejo de los fondos públicos…
Cuando llega al aula, sonríe
con felicidad a pesar de que en su propio hogar las cosas no marchen bien, pues
sabe que sus alumnos no tienen la culpa de sus problemas y debe reponerse a la
adversidad con su arma más poderosa: el conocimiento. Luego de dar los buenos
días y pasar la lista, presenta la agenda del día y realiza preguntas a los
estudiantes sobre el tema anterior. El buen maestro, trata de que nadie se
pierda en sus explicaciones y soluciona cualquier duda que se presente en la
comprensión de un tema. Escucha al niño, adolescente, joven o adulto, cuando
tiene una inquietud, duda o preocupación personal; sabe que a veces tiene que
funcionar de psicólogo, orientador o consejero.
El maestro que ama la
educación, trata de compenetrarse con todos sus alumnos para detectar las
debilidades y fortalezas de cada uno y potenciar sus habilidades. Propone
actividades diversas: sabe que nadie es igual y desea que cada alumno saque a
flote sus talentos. Sus clases son interactivas y utiliza recursos que
faciliten el proceso de aprendizaje.
Como afirmara Emmanuel Kant ‘‘Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El
hombre no es más que lo que la educación hace de él’’, comprendemos
que el camino hacia una sociedad civilizada y más democrática está construido
por maestros. El maestro no puede ser un dueño ‘‘todopoderoso de
conocimientos’’, tiene que ser un ente motivador, un guía que lleve a sus
alumnos a las fuentes del verdadero conocimiento que son los libros.
El papel del maestro hoy en día
es desafiante: en una sociedad cada día más corrompida y corrupta, en la que
prima la ley del más fuerte o el más apto, el docente es quien tiene en sus
manos la responsabilidad de dar el ejemplo y conducir a sus estudiantes por un
sendero de valores morales y éticos. Tiene el deber de decir la verdad a sus alumnos:
no educarlos de acuerdo a viejos sistemas medievales que sirven solo a los más
poderosos; sino educarlos para ser emprendedores y creativos y a no esclavizarse a los sueños de
un pequeño grupo que controla más del 80% de la riqueza mundial…
El buen maestro es aquel que
recuerda las palabras de Ruben Alves: ‘‘Enseñar
es un ejercicio de inmortalidad’’.
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